viernes, 3 de agosto de 2012


Encrucijada

Fue cuando pensaste en forma de pregunta. Cuando dudaste. Sabès bien cual es la decisión más sensata. Pero éste retazo de presente, donde estás definiendo tu futuro, te confunde. Porque la amas. Porque ya pusiste fecha. El lugar. Vos que sos previsible. Claro. Ahora que estás llevando la última invitación. En éste instante no sabès, vos, que siempre sabès. No importa. Adelante. En una semana será la mujer para toda tu vida. Ese noviazgo lindo. Acompañado. Mandado. Consensuado. Por tus padres y los suyos. Y sus amigos y tus amigos y todos los demás que conocès y no conocès. ¡Claro que es el amor de tu vida! Siempre te acompaña amorosamente. Silenciosamente. Soporíferamente. Vuelve entonces la otra persona a tu cabeza. Su perfume. Sus manos. Que hacès  el esfuerzo de olvidar recordando. Pero puede más la razón. Porque amas a tu futura mujer, con pasión. Dulcemente. Con los semáforos que cruzaste comiendo su helado de vainilla. Te causa risa que se manche el vestido con ese helado. De vainilla. Siempre de vainilla. Aburridamente de vainilla. Con los poemas de mares nocturnos que le dedicaste con dedicación. Y de pronto te sucede que no sabès si vas para acá  o venís para allá. Porque te acordaste de golpe que esa otra persona te tomó la mano. Mirándote a los ojos. Con sus ojos negros profundos. Maldecìs que haya aparecido. Que te haya hecho parpadear. Vos que sabès todo. Decidìs todo. Pero ahora, se te escapan los pasos entre los pies. Estás por primera vez con el cuello a la soga. Al revés. Desde esa tarde que anocheció en vos. Impreciso. Perdido. Recortado en el presente. Así. Mal recortado. Como si nada estuvieras. Como si a la rastra nunca hubieras llorado. Como siempre. Como todavía no. Como si nunca nada. Como si la lluvia que te espera, de los ruidos que se llevó cuando se fue. Entonces te parás y caminando descaminando al teléfono, temblando te comunicàs y le decís, finalmente, que no podès vivir sin él.

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