sábado, 10 de octubre de 2020

 Amelulu

Cuando abril empuje a marzo hacia el pasado

y los bosques se despojen de sus hojas,

la novena luna golpeará la puerta y la vida seguirá,

pero distinto.

Cuando abril empuje a marzo hacia el pasado,

tropezará el verano e irrumpirá el otoño coloreando.

Entonces, invadirás mi pecho y mis ojos y mis manos.

Y se formará un hueco en mi hombro izquierdo 

donde apoyes tu cabeza con sueño de canción de cuna.

Y te contaré cuentos que le conté s tu viejo y te cantaré canciones

que allá lejos le canté. 

De colores de pelota o de sueños de muñeca.

Y lo que tenga que ser, será. Sabrás solamente vos cuando hacerlo.

Entonces parará el mundo y el reloj no marcará las horas

y la hojas del otoño detendrán su vuelo.

Tendrá pereza el almanaque algunos días. 

Será todo tu llegada. Y habrá pasado la tormenta.

Cuando quieras. Cuando tengas ganas que amanezca.

Miércoles  de trabajo

 

No tiene horarios, con lo cual, la salida es aleatoria a la mañana. Abre el portón. Se va. Lento. Saluda al  jardinero. Se cruza con algún vecino. Enciende la radio. Música y noticias. No tiene el TOC del volumen par. Le da lo mismo.

 Mientras tanto, la panamericana se ve cargada. Habitual. Pasa el primer peaje con el pase. Trabalenguas. Transgresiones irrelevantes. Carril derecho llevando el ritmo en el volante. Los carteles verdes pasan como la vida. Descorteses. La General Paz hasta el tope. Toma el tránsito pesado, raramente vacío. Y cae a la Lugones cuidando la velocidad. Las putas multas, piensa. Despacito hasta la Illia. 

Pasa. Se enreda con los ojos de la chica de la casilla. Costumbre machista aporteñada. Vuela hacia su adolescencia en el cole cuando con algunos compañeros,  daba clases para adultos en un galpón. Ahí en la villa 31. Cuando eran pocas manzanas. Los preparaba para un examen que a fin de año tomaba el ministerio de Educación. Educación, piensa, hubiera sido una buena idea. Pero la urgencia y la voracidad por el poder la dejaron de costado. Como una máquina de coser vieja. 

 Arroyo, y  por Suipacha  “toboganea”  hacia el bajo. Cuándo terminarán el Subte en vez de seguir con que la guita es de La Nación, de la Ciudad, de La Nación, de la Ciudad, Nación, Ciudad, naciónciudadnaciónciudad…nadie sabe.  Mezquindad de la política divorciada de la gente. 

Llega. Da paso a un peatón que camina descaminado. Aturdido. La maldita vorágine. 

Ahora lo devora la garganta del edificio. Estaciona finito entre dos autos. Con anteojos y llaves en la mano espera al ascensor. Piso 28. El más alto. Un par de “buenos días “al azar o a destiempo. Abre la puerta. Le pide un café a Sofi. Sube al segundo piso de la oficina. Enciende la compu.  Exhala. Mira el río. Esa vista colorida del Río.Una de las escasas excusas para seguir bancando el aguijón adverso de éste gris. 

 

Desnudarse

Desnudarse

Cuando la conoció, Sole vivía en un departamento en  la esquina de Tacuarí y Belgrano. Lo compartía con dos amigas de aspecto más cabalgado. Más expuesto. Habían  venido del interior a estudiar. Incluso, durante el año de relación con Sole, les conoció varios romances pasajeros. Eso conspiraba contra ella que, mientras,  moría de amor por él. No lo dejaba de pensar. Lo amaba locamente. Tiernamente.

Él también la amaba pero era posesivo. Celoso. Era un amor dudante. inseguro. Fantaseaba situaciones vividas por Sole vanamente. Imágenes obsesivas se le iban enquistando día a día. Diseñado en su mente un pasado de desenfreno. De relaciones ocasionales. Individuales o colectivas. Pensamientos lapidarios y desgastantes. 

No le alcanzó y  fue por más. A matar o morir. Desentrañando códigos. Leyendo mensajes que no debió leer. Que eran privados. Hackeando la compu de Sole en su ausencia.

Parecía gozar buscando pistas. Huellas. Esperando el momento en que se pisaría. Aguardando

el mail comprometedor. El mensaje inoportuno. Algo que la delatase.

Un día endemoniado en su obsesión,la dejó. Por puta, como le dijo la última vez que la vio. Golpeándola con un discurso que ni siquiera le dio derecho a réplica. Guiado por su percepción. Por su intuición. Loco. Se la quitó como nada. Como quien tira un par de zapatos viejos. Sin saber bien por qué. Con un desprecio inmerecido. Sin siquiera darle un espacio a la réplica. A contarles sus sentires. Sus soñares al lado de él.

Pero el tiempo y el amor son descarados. Te desacomodan. Te desestructuran. Tanto prejuicio filtrado,  donde la razón hiere fatalmente al corazón. Desgarrándolo. Deviando y metiendo un piquete al tránsito del sentir.

Pero el azar, que es una moneda en el aire, los reencontró. Por esos senderos donde dos personas se buscan como sin querer encontrarse. Y a poco de tomar unas cervezas, terminaron humedeciéndose hasta el amanecer. 

Pero a Sole, le pesaban cosas. Prefería perderlo a no poder confiar en él. A que la desconfiaran.A que la dudaran. Entonces fue al baño y lloró. Amargamente y balanceando sus lagrimas que sostenían sus sombrías ojeras  lo encaró. Con la verdad. Como un cachetazo.  Como el sudor frío en la espalda. 

 Lo miró a los ojos, percibiendo lo peor. Con crudeza  y sin omisiones se le abrió como una flor. Y desnudando su alma entre llantos y arcadas, le contó la puta experiencia de entregarse por guita. Para comprar un libro o para poder pagar el alquiler. Entonces él,  que la amaba desde siempre, le beso las manos, se ahuecó para abrigarla y se fundieron en un solo  cuerpo.  Rendido  ante esos ojos de miel que le decían la verdad que él suponía y ya no importaba.

Crepuscular

 

Cae lenta la tarde. El sol ilumina los pisos más altos. El resto de la ciudad en sepia.  Es un enjambre de cuerpos y almas pujando por llegar a no sé dónde. 

Maletines y carteras se ignoran. Zapatos, zapatillas y sandalias, caminan frenéticos. Cada historia se enhebra  con otras formando un ovillo desprolijo. 

No se conocen. Se miran y aman. Se miran y odian. Dependiendo del cadacualismo. 

En el medio del marasmo estoy. Desconectado. Desmembrado. Con la mirada fija en mi mano derecha. La otra mano olvidada. Con aspecto de no saber qué. 

Siento chorrear sangre por mi espalda. Mía o ajena. Me  derramo  transitando sobre cerebros que todos pisan sin advertir. Con mis brazos desbrazados. Entre un aquí y un ahí circular. De vuelta  a nada.