Frankie
El inglés era un distinto. Pasó un ratito por el club,
entrenó una división y se hizo querer
por todos. Fue un tipo bueno. Era amigo de Paul, un viejo amigo mío, así
que lo conocía desde hacía mucho. Encima la suerte de vivir al lado de lo de Cata.
La número uno. La mejor vecina. El inglés era abuelo de Cata. Y muchas veces
venía a verla o a cuidarles la casa. Y yo sabía que estaba. O me lo hacía
saber. Con pocas palabras. Más bien con dos palabras. Ésta semana lo extrañé
porque sé que la Negra habló con Mónica. Pero era distinto cuando él venía. A
nosotros que somos negritos de Torcuato nos enseñó qué hay dos horarios para
empezar el copetín. Las 12 y las 7 de la tarde. Nos enseñó muchas cosas más.
Pero ésto de los horarios no era joda. Era un rito. Y dos palabras. Yo sabía
que estaba. Y si no, el celular me lo hacía saber cuando llamaba. A las 12 o a
las 7 de la tarde. Exactamente. Y su voz que me decía “tengo sed”. Y al ratito
estaba en casa.