lunes, 6 de septiembre de 2010

Relato Erótico

Finalizaba la rutina de correr temprano en la playa. Era mi escaso recreo del sinnúmero de tareas que sobrevendrían. Luego compraba facturas recién horneadas y me dirigía a casa.El resto de la jornada sería agotador. Las solicitudes de atención de los chicos eran interminables. Entraba y salía del agua tantas veces como quisiesen. Se me trepaban. Les enseñaba a nadar. Pobre María reflexionaba: el calor y su trabajo ciclópeo con los chicos, conspiraban contra su casi extinguida energía. Obviamente en ese contexto, el sexo se había ausentado de mi cabaña. Pero no de mí.
Después de la primera semana,había advertido aquella sensual presencia. La playa estaba desierta. Finalizaba de trotar poco antes que yo. Se despojaba de la ropa, la bincha violeta, y con su reducida bikini se arrojaba al mar. Luego salía y echada en una fina esterilla, descansaba. Quería evitar mirarla, pero me seducía verla tomar sol, estirándose como una gata. Llamaba mi atención y ella lo sabía. Su piel dorada me obsesionaba. Las gotas de agua que se deslizaban por su cuerpo, la tornaban más hermosa. ¿Cómo harían esos senos y esa cola para desafiar la ley de la gravedad? Todo alrededor era movimiento, exceptuando su cuerpo trasgresor.
Pero un día se acercó, con la ingenua excusa de saber la hora. Trillada estrategia que comprendí de inmediato. El corto trayecto que nos separaba, se asemejó a la mismísima eternidad. Observé cada detalle. Sus pechos, su cadera, su pelo que le ocultaba por momentos el rostro, me erotizaba. Todo sucedía en cámara lenta. La deseé salvajemente. Cada rincón de su cuerpo quedó fotografiado en mi retina. Soñé tormentas de amor inocultables. Nos retuvimos unos instantes. Alcanzó para transmitimos el amor compartido por la naturaleza, la belleza de la playa temprana…Quedamos en encontrarnos el día siguiente. En ese instante supimos que la moneda estaba en el aire. Que la suerte estaba echada. Nos temimos y desinformamos. Solo supe que estaba con su estresado marido financista. Solo supo que estaba con mi familia. No hubo espacio para nombres ni indagatorias profundas. El instinto concibió el resto, dándole vacaciones al pensamiento. Al otro día desperté con ilusión. Todos dormían. Ella por su parte, preparaba su silenciosa fuga. Cuando nos encontramos, enlazamos nuestras manos besándonos con pasión y desparpajo. Ella, con tiempos más relajados, había explorado el lugar. Solo escalar un médano y detrás…el oasis. Un tupido bosque apto para ocultarnos, que permitía el ingreso de irreverentes rayos de sol. Tuve la fortuna que uno de ellos iluminó su cara. Era hermosa. La abracé. Quedamos inmóviles. Pausadamente desplegó la esterilla en el suelo. Me invitó a su lado. Yo temblaba como un principiante. Me acarició y besó tiernamente mientras me desnudaba. Recorrió luego mi cuerpo con sus manos y su lengua sin concesiones. Accedió a mis juegos mansamente. Desesperaba de pasión. La acaricié y masajeé lento. Sus pechos, su ombligo, muslos y pies. Con un gemido se dio vuelta y continué por su espalda, cola y piernas. Su respiración se agitaba. Los rayos de sol intrusaban la escena. Naturalmente dio vuelta su cuerpo de muñeca y la habité…pausadamente, sin apuro. No dejamos de mirarnos a los ojos ni un instante.
De un suave comenzar, viramos hacia un desenfreno casi primitivo. Nos dijimos obscenidades. Mordimos nuestros cuerpos al borde del dolor. Cruzó sus piernas alrededor de mi espalda y tiró de mi pelo. Contesté su dulce agresión palmeándole la cola, haciéndole lanzar un leve gemido.. Los dos sabíamos que todo era una locura. Se entremezclaron nuestras humedades, hasta que reconocí el arribo de su inminente explosión. Hice más lentos y profundos mis movimientos y allí, casi un rugido precedió su continuado espasmo. Me excité hasta derramarme en ella. Quedamos por un rato abrazados y exhaustos. Nada nos dijimos. Quiso avanzar proponiendo otro encuentro pero la desanimé. Una enorme lágrima atravesó su mejilla hasta que fue interrumpida por mi beso infinito. Bebí de su sal.
Había concluido la locura. Se alejó sin reproches, sabiendo que nunca sabría mi nombre. Quería precaverme. Caminé hacia el agua y nadé para borrar las señales que sobre mi cuerpo dejó olvidadas. En breve estaría rodeado por los míos, iniciando otro despertar…diferente

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