martes, 7 de septiembre de 2010

Humillación

Desperezaba. El cansancio lo había arrastrado hacia una huidiza siesta. Mejor no pensar demasiado… Había que actuar. No ignoraba que tenía que recomenzar su rutina. La noche, como siempre, sería larga y tediosa. Volvió a estirarse hasta que al fin, abandonó la cama. De reojo vio la hora. Anochecía. Arrastrándose hacia el baño, se afeitó meticulosamente. Se duchó lento. Mientras se secaba, no dejaba de blasfemar. Aborrecía aquella realidad. En el barroso lecho de la hipocresía de las grandes ciudades, le tocaba esa denigrante tarea. Pensando en su hijo se repuso. Con unos pocos pesos más, podría visitarlo algunos días.
Continuó entonces con los preparativos, que no excluyeron perfumes ni cremas.
Al abrir el armario, quedó unos instantes mirándose desnudo en el espejo. Luego se sentó en el descolado sofá y subió lentamente sus medias. Se vistió con ropa cómoda: hacía calor.
Echó una postrera mirada a su aspecto, y, al salir, la recurrente humillación.
Diana, como tantas noches, se apoderaría de su cuerpo.

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