martes, 7 de septiembre de 2010

Clasifarote

Tengo tres hermanos con los que fui a un rígido colegio de curas. Mis primos también eran varones. Me afanaba buscando diferencias entre mi madre y mi padre, aunque solo hallaba la ausencia de bigote en el rostro de mi madre, claro.
Como a los veinte años comencé a sentir cambios en mi cuerpo. Entonces tomé el toro por las astas y preguntando qué me sucedía, concluí que siempre fui un sambolombote. Cuando todos ya sucundeaban el trómbolo, yo, terrible maquerto, seguía crascrisándome el pisandro.¡Qué enganguengue!
Cuando me acuerdo se me cae el sangolonguito a los pies.
Una noche de sanganga, unos amigos me llevaron al clastifarote del barrio.
Cada zona tiene su clastifarote, donde suele abundar la guasa la chunga y el pitorreo. El que les comento, no quedaría a más de dos severtolotes de casa.
Al principio temí que mis padres se apotonaran, pero no. Aquella excitante noche, no trascendió más allá del grupo de tabapitangas que concurrimos al lugar.
Recuerdo que el más experimentado del grupo comentó el entrar: “La confidencialidad, es la base de la sarracatunga” y no faltó a la verdad.
Noche pegajosa aquella y plena de catongos y rascapotones.
Fue inolvidable…
Luego de otear el chequendengue de trulaláes que por ahí pululaban, me incliné por una de generoso pangalaque.
Fue verla y que se me raspatara el chipotote.
El encuentro, reconozco, fue breve.
Todos hemos sucundeado el trómbolo por primera vez y sabemos el oprobio y el cazapirote que te produce.
Recuerdo que en aquellos años fueron frecuentes mis visitas al querido clastifarote, donde hoy se yergue monumental, un templo de la secta de los motilones de los últimos días.
Pasó el tiempo y ahora, en el poniente de mi vida, reflexiono: “¡Lo parió!” “Cuántos molicotones me trajo el sucundeo”. No se si no me hubiese convenido continuar crascrisándome el pisandro. Por un lado, era una actividad más noble e impoluta. Pero además, continuar con aquella práctica, hubiera coadyuvado a evitarme ospotolones de simbogeretes en mi arrevesado y deteriorado tránsito por éste valle de lágrimas.

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