lunes, 22 de agosto de 2011

TINTINEO

No. No me pasó cuando me fui. Aunque el silencio apuñalaba sin piedad el aire.
Tampoco en las noches de insomnio, esperando que el sol perezoso se asome lento.
Ni en funerales, ni en marchas de silencios.
Ni en cada palabra que callé por postergarlo.
Pero un día, uno de mis hijos me pidió que le resuma un libro para la facu.
Agobiado, pospuse la tarea de padre para la noche del domingo.
Empecé leyendo distraído y garabateé alguna idea, hasta que sentí que los
párpados tenían el peso de mis años.
Me levanté, busqué un filtro, le eché cuatro cucharadas de café y esperé.
Al rato, la máquina me anotició que estaba listo.
Me serví un café gigante. La noche sería larga.
Traje el azúcar al escritorio y ahí, por primera vez te presentí.
Al revolver el azúcar, cuando la cucharita tintineó contra los bordes de la taza,
serenamente lloré.
Nunca había reparado en ese sonido singular.
Acostumbrado a estar rodeado de acordes, risas y ruidos de pelota.
Entonces entendí, de pronto, como una cachetada del destino,
que me habías enredado.
Que te pertenecía y serías desde allí mi compañera,
extraña y temida Soledad.

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