martes, 18 de febrero de 2020


Frankie
El inglés era un distinto. Pasó un ratito por el club, entrenó una división  y se hizo querer por todos. Fue un tipo bueno. Era amigo de Paul, un viejo amigo mío, así que lo conocía desde hacía mucho. Encima la suerte de vivir al lado de lo de Cata. La número uno. La mejor vecina. El inglés era abuelo de Cata. Y muchas veces venía a verla o a cuidarles la casa. Y yo sabía que estaba. O me lo hacía saber. Con pocas palabras. Más bien con dos palabras. Ésta semana lo extrañé porque sé que la Negra habló con Mónica. Pero era distinto cuando él venía. A nosotros que somos negritos de Torcuato nos enseñó qué hay dos horarios para empezar el copetín. Las 12 y las 7 de la tarde. Nos enseñó muchas cosas más. Pero ésto de los horarios no era joda. Era un rito. Y dos palabras. Yo sabía que estaba. Y si no, el celular me lo hacía saber cuando llamaba. A las 12 o a las 7 de la tarde. Exactamente. Y su voz que me decía “tengo sed”. Y al ratito estaba en casa.

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