Enigmático
Porque para mí siempre fue contingente y tangencial. Tanto
que por insuficiente, busqué la bisectriz como alternativa. El engaño. La
mentira. Dudando irremediablemente de las maripositas en la panza. De las
cartas con corazones. Del anillo comprometedor. Con símbolos
inexistentes. Inalcanzables. Construido en estructuras arcaicas. En la salud lo
ignoraba y en la enfermedad nunca me hubiera comprometido. En la
prosperidad hubiera dudado de mí, expresando certezas. Hubiera desaparecido en
la adversidad porque al venir me estaba yendo, y, quedándome, me alistaba para partir.
Engrilletado. Atado. Aprisionado. Sembrando lo que quise. Sin regar.
Desconfiando de mí. De los que lo quieren definir con definiciones
indefinibles. De los rotuladores. Delos diez consejos de las revistas del
corazón. Del teleteatro. Sabiendo que lo engendrado por el odio, detenta más
raíces. Paradojal y extraño. Conviviendo con enojos que no amainaban las
puestas de sol y con la omnipotencia de pensar que mañana construiríamos un
reencuentro irreconciliable. Fue un estorbo. Una tarea. Un tener que ocuparse.
Me aterraba. Me conmovía. Aunque nunca supe la razón de por qué al cerrar los
ojos podía vislumbrarlo. Presentirlo. Como de reojo. Como un no te sonrío,
sonriéndote. Como la rotunda negativa
del quizás. Como la quimera de conservar los ojos cuando tantos los perdieron
antes. Así: con paso decididamente indeciso. Pero un día mi corazón se
puso en blando. Entre las diez y tu calle. Entre tu risa de miel y mi rutina
del café de enfrente. Pensando en vos cuando pensaba. Como un bobo. Viendo a
ciegas. Mareado. Tarareando tu voz. Silbando tu boca. Borroneado. Fantasmeado
de ayeres fatigados. Embriagado de vos. Olvidando amaneceres. Deseándote.
Convencido a cada paso, en cada buen día, en cada lluvia y en cada sol, que te
esperaba a pesar de mis reparos, enigmático amor.
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