lunes, 16 de septiembre de 2019


La noche de las dos lunas. 14 de junio de 1980

Testimonio de una torre de control:
Ese sábado, antes de las 19, un halo de luz gigante que irradiaba un color blanquecino se acercaba a mucha velocidad. Nos comunicamos de inmediato con Ezeiza donde también se había captado el fenómeno. Se posó unos minutos sobre la cancha de River y siguió hacia la Ciudad Universitaria. Luego nos contactamos con distintos aeródromos para hablar de lo que estábamos viendo y todos comentaban el mismo suceso. El total de tiempo que duró el curioso espectáculo, no superó los diez minutos. El inexplicable objeto lo vieron cientos o miles de personas y la noticia no tardó en replicarse por todos los medios de la época. Coincidían en que el objeto no produjo sonidos ni interferencias, hasta que desapareció.
Esa tarde jugamos contra el CASI, equipo al que raramente le ganábamos. Pero esa vez sí. Ganamos 13 a 10.
Comenzando a oscurecer, entra el “Feti” Arena hecho un loco al quincho viejo donde estábamos compartiendo el tercer tiempo, gritando: “¡vengan a ver ésto! ¡Un plato volador! Así fue que salimos y vimos lo que el “Feti” hoy describe como “una bola de fuego que se movía lento como un avión y desapareció como un rayo”. Recuerda caras de incredulidad y otros, que desde la baranda de la cancha uno, veían el espectáculo.
Todo pasó como esos segundos que parecen eternos.
El cuento es, que volviendo a entrar al quincho, “El Caña” Varela, famoso jugador del CASI de aquella época, dijo más o menos esto: “Que la gente de Hindú no se olvide de éste día, porque ver un plato volador y que Hindú le gane al CASI, pasa una vez en la vida”.
Se equivocó.


domingo, 15 de septiembre de 2019

Un día cualquiera


Daniel. Sí el cerrajero. El que conocíamos todos en el edificio. Horario? No! No sabía de horarios. Además no le importaba. Si su oficio era ese. Abrir puertas. Resolverte el problema. No te iba a cobrar de más por eso. Siempre andaba por ahí. O con la caja de herramientas o en el negocio. Era él y la calle. No necesitaba más.
El otro, no sé. Un innombrable. Un gangster. Con la 9 mm a las nueve de la mañana. Con un maletín. No tenía nada adentro, declaró. Y como somos todos giles adelante. A veinte metros de la uno. Donde los muchachos estarían comiendo unas facturas. Los de la moto eran dos. Aunque está prohibido andar de a dos en moto. Dos. Como todos los días. También es un trabajo. O no? Lo pecharon al gangster. Lo primerearon y rajaron por San Martin. Después por Córdoba. Chau! A cobrar. Por las dudas y para darles una lección el del maletín sacó la Glock y disparó seis tiritos. Eso. Porque lo que tenía en el maletín eran papeles. Sin valor entendés? 
Daniel caminaba sin pensar. Era el trabajo lo suyo. Y su mujer y su hija de once años? Nada importante. Un disparo lo atravesó como a un perro. 
Cayó calmo. Ni gritó. Rodeado de una mancha de sangre dejó la vida tirada ahí. 
Algún delirante dejó una flor en el lugar. Ensangrentado. Al rato ya no estaba. Algún peatón distraído la habrá pateado. O pisado. El tipo era pobre. Fin


Leonardo Eloy


Leonardo. Leonardo Eloy. Sabias que se llama Leonardo Eloy? Elsa. El gordo Elsa. El antihéroe. El tipo que nadie del club lo pondría en su equipo preferido . Ni en el segundo. Y ayer fue el héroe. Con dos tipos menos y después de dos o tres scrums. Salió Horacito y entró Elsa. Quién pensó que iba a ser el héroe? El pibe rubio de ojos celestes que hace el try en la banderita en el último instante y ganamos el partido. No. No fue así. Entró el gordo Elsa. Se plantó, el adversario cometió una infracción en el scrum, y chau. Pero hubiera sido lo mismo si no se ganaba. Porque el tío Comotto cuando descendimos un periodista le preguntó “y ahora qué” y él contestó “y ahora vamos a seguir jugando al rutby “ como decía él. El maestro. El que nos enseñó todo. Con el tío Emilio. Y allá lejos Borgonovo. Y después el disparate. La “jornada pugilística”. La risa. Lo que hubiesen disfrutado “el Negro” , el “Guri” ,el Gonza, Luisito, de ese disparate. Pero los tipos están. Yo no creo una mierda. Cuando se van se van. Pero están en nuestro recuerdo. Estaban ahí. Con nosotros. Qué hijos de puta! Lo que se hubieran divertido. Lo que se hubiesen reído. Qué lindo día viví. Qué linda noche! No. No tomen a mal otros clubes lo que digo. Ojalá disfruten todos lo que se disfruta y padece en Hindú. Nuestra casa. Nuestro lugar. Con muchos yerros y alguna virtud. La de divertirnos siempre. La de jugar siempre. Adentro y afuera. Si total, la vida es un sueño que dura un ratito.
Memoria de Elefante

 Es difícil escribir acerca de algo que atravesó tu vida como un rayo. Que te viene acompañando de hace décadas. Aunque existía desde mucho antes. Casi como un abuelo que ayudó a que crezcas. Como un cuento donde sos uno más de los personajes. Menores y poco trascendentes seguramente. Pero un cuento del que formaste y formas parte. Lo que debo confesar es que muchos de los mejores momentos de mi vida, los viví dentro de ese cuento celeste y amarillo. Y muchos de los malos momentos. Cuando nuestros maestros pasaban a ser recuerdo. Pero de cada uno de ellos recibí una pincelada. Una palabra. Un consejo. Porque la vida es eso. Crecer, aprender y desparramarse. Como un río. Con la resonancia de un río. Que encuentra donde seguir su cauce. Como nos enseñaron. A dar siempre. A preguntar qué hace falta. Y ahí ponerse a trabajar. Con objetivo de ser útiles, no importantes. Y así vamos caminando juntos ésta historia. Este cuento que recién lleva cien años. Con la locura y el esfuerzo de muchos. Pasen. Pasen y vean lo que hicieron hace cien años chicos que tenían dieciocho años. Que soñaron grande. Que supieron tempranamente que el secreto de todo en la vida es dar.