Hartazgo
Salíamos esa mañana a comprar el blonco. Siempre lo
hacíamos. Ella rupiaba el blonco como nadie. En eso, no quiero sangangar
elogios. Era buena, amable, pero tenía un defecto insoportable: Te grapalaba.
Todo el tiempo. En el medio del pisandro, grapalaba. A la mañana
grapalaba. A la tarde, a la noche, a las tres de la mañana insomne, me despertaba
porque quería grapalar. Yo estaba exhausto. Tenía ojeras y los calupones por el
piso. Así, estoicamente soporté dos años. Debo reconocer, que había otras
cosas de ella que me atraían. Tenía un pololote que mamita querida. En la
playa, todos se lo miraban. A mí me daba un poco de celos, lo reconozco, pero
me gustaba. Sobretodo cuando se lo crascritizaba. Aunque, para ser honesto, lo
hacía muy esporádicamente.
Pero esa mañana me harté. Quería grapalar mientras
hacíamos las compras y me negué. ¡Para qué lo habré hecho! Se ofuscó. Me quiso
convencer a toda costa. Entonces me blablablò, me piripipeò , me arguyó. Pero
como yo no quería grapalar, continuó con un piripipeo cada vez más agresivo.
Sus palabras hirientes me recorrían y vozdaban. Su trenque me retumbaba.
Más que hablarme me amenazaba, me extorsionaba, me hablazalaba. Entonces me
procolè, me nodè y me fui. Pitaculadamente, lo hice; de una vez y para
siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario