Encrucijada
Fue cuando pensaste en forma de pregunta. Cuando dudaste.
Sabès bien cual es la decisión más sensata. Pero éste retazo de presente, donde
estás definiendo tu futuro, te confunde. Porque la amas. Porque ya pusiste
fecha. El lugar. Vos que sos previsible. Claro. Ahora que estás llevando la
última invitación. En éste instante no sabès, vos, que siempre sabès. No
importa. Adelante. En una semana será la mujer para toda tu vida. Ese noviazgo
lindo. Acompañado. Mandado. Consensuado. Por tus padres y los suyos. Y sus
amigos y tus amigos y todos los demás que conocès y no conocès. ¡Claro que es
el amor de tu vida! Siempre te acompaña amorosamente. Silenciosamente.
Soporíferamente. Vuelve entonces la otra persona a tu cabeza. Su perfume. Sus
manos. Que hacès el esfuerzo de olvidar
recordando. Pero puede más la razón. Porque amas a tu futura mujer, con pasión.
Dulcemente. Con los semáforos que cruzaste comiendo su helado de vainilla. Te
causa risa que se manche el vestido con ese helado. De vainilla. Siempre de
vainilla. Aburridamente de vainilla. Con los poemas de mares nocturnos que le
dedicaste con dedicación. Y de pronto te sucede que no sabès si vas para
acá o venís para allá. Porque te
acordaste de golpe que esa otra persona te tomó la mano. Mirándote a los ojos.
Con sus ojos negros profundos. Maldecìs que haya aparecido. Que te haya hecho
parpadear. Vos que sabès todo. Decidìs todo. Pero ahora, se te escapan los
pasos entre los pies. Estás por primera vez con el cuello a la soga. Al revés.
Desde esa tarde que anocheció en vos. Impreciso. Perdido. Recortado en el
presente. Así. Mal recortado. Como si nada estuvieras. Como si a la rastra
nunca hubieras llorado. Como siempre. Como todavía no. Como si nunca nada. Como
si la lluvia que te espera, de los ruidos que se llevó cuando se fue. Entonces
te parás y caminando descaminando al teléfono, temblando te comunicàs y le
decís, finalmente, que no podès vivir sin él.
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