miércoles, 8 de septiembre de 2010

Espejo hacia el pasado

Me duele más que nunca ésta mañana.
Casi arrastrándome gano la calle.
En el enjambre, me confundo con miles de rostros hasta que me veo.
Ese soy. Plateado.
Quiero retener esa imagen pero se esfuma.
Entonces cierro los ojos y recorro perplejo la trayectoria de mi vida. Pienso que no fui más que el producto de lo que dos o tres mujeres desearon que fuera.
Converso con cuatro hombres que tienen mi sonrisa.
Solo quiero darles raíces. Luego alas.
Me detengo en cada uno un instante.
Quiero aclararles cosas que no les inquietan. Contestar preguntas que no me hacen.
Somos breves. Como una ola que brota rebelde y luego se confunde entre las demás olas.
Rejuvenezco en ellos.
Reconozco la inconmensurable entrega de la que fue mi compañera.
Retrocedo.
¿Que será de Andrés?
A veces siento la impiedad de los golpes en la puerta aquella noche que lo llevaron. Volvió triste. Pero vivo.
Y después se fue a otras tierras.
El sol generoso vagabundea en el espacio.
Mi abuelo labra la huerta.
Papá trabaja sin concesiones.
Mamá aguarda su regreso.
A Dios, si existe, le propondría un cambio para perfeccionar su obra.
Tener un mano a mano breve con los viejos ahora que no están.
Corto, pero con temario abierto.
Sigo viajando hacia el principio.
Estoy en el colegio.
Percibo el olor de libros nuevos, de flores del patio, de incienso.
Eran milagrosos los viernes del descanso.
El fútbol de barrio con mis hermanos.
La feria inoportuna que interrumpía nuestra cancha callejera.
Fuimos puntuales ante la radio a válvula para escuchar a Tarzán.
El vendedor de hielo, con la barra al hombro y la sierra.
Una marchita canción de cuna.
Los senos de mi madre.
Nueve lunas.
La tarde de estío en que papá la convenció a la vieja.

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