Martincito
Martín tiene los ojos redondos e inciertos color miel. Como su personalidad.
Da abrazos interminables como un osito. Su vida gira en gran parte alrededor del club. Tiene el corazón generoso y su sangre es celeste y amarilla, como los trapos que lleva a la cancha los sábados.Posee abundante pelo castaño que se para indomable sobre su frente.
Está muy gordo. Demasiado. Todos lo conocen en el barrio. Derrocha alegría. Cuando habla, suele agregar a cada frase la pregunta “¿eh?, como esperando la aprobación del interlocutor. También suele alterar la r y la d sin advertirlo.
Palabras como virdrio, lardillo son su dificultad. Pero a pesar de eso, carece de inhibiciones y no elude el diálogo. Es más: generalmente lo propone.
Tiene dos trabajos. Cadetea para la empresa de su tío y reparte sobres para un correo privado. Además está haciendo un curso de fotografía que lo tiene entusiasmado. Más aun, porque el adverso cupido lo premió con Anahí. La luz de sus ojos. Muere de amor por ella. Carecen de tiempos para frecuentarse, aunque esporádicamente la visita en la casa.
Los miércoles, día del curso, parte diferente. Combina mejor los colores. Va afeitado. Hasta derrota a veces al maldito mechón que le hace de visera a la frente.
El día de la primavera la visitó en la casa. Le regaló fresias. Hasta la besó.
Después, tuvo una corta despedida, vigilada con disimulo por los padres de ella.
El viaje de vuelta fue azaroso. Casi tuvo que carpirse los bolsillos en busca de monedas para el subte y el tren donde siempre viaja gratis. Es que la locura por verla, le había arremolinado el pensamiento. Había olvidado su certificado de discapacidad en la mochila del trabajo.
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