sábado, 10 de octubre de 2020

Miércoles  de trabajo

 

No tiene horarios, con lo cual, la salida es aleatoria a la mañana. Abre el portón. Se va. Lento. Saluda al  jardinero. Se cruza con algún vecino. Enciende la radio. Música y noticias. No tiene el TOC del volumen par. Le da lo mismo.

 Mientras tanto, la panamericana se ve cargada. Habitual. Pasa el primer peaje con el pase. Trabalenguas. Transgresiones irrelevantes. Carril derecho llevando el ritmo en el volante. Los carteles verdes pasan como la vida. Descorteses. La General Paz hasta el tope. Toma el tránsito pesado, raramente vacío. Y cae a la Lugones cuidando la velocidad. Las putas multas, piensa. Despacito hasta la Illia. 

Pasa. Se enreda con los ojos de la chica de la casilla. Costumbre machista aporteñada. Vuela hacia su adolescencia en el cole cuando con algunos compañeros,  daba clases para adultos en un galpón. Ahí en la villa 31. Cuando eran pocas manzanas. Los preparaba para un examen que a fin de año tomaba el ministerio de Educación. Educación, piensa, hubiera sido una buena idea. Pero la urgencia y la voracidad por el poder la dejaron de costado. Como una máquina de coser vieja. 

 Arroyo, y  por Suipacha  “toboganea”  hacia el bajo. Cuándo terminarán el Subte en vez de seguir con que la guita es de La Nación, de la Ciudad, de La Nación, de la Ciudad, Nación, Ciudad, naciónciudadnaciónciudad…nadie sabe.  Mezquindad de la política divorciada de la gente. 

Llega. Da paso a un peatón que camina descaminado. Aturdido. La maldita vorágine. 

Ahora lo devora la garganta del edificio. Estaciona finito entre dos autos. Con anteojos y llaves en la mano espera al ascensor. Piso 28. El más alto. Un par de “buenos días “al azar o a destiempo. Abre la puerta. Le pide un café a Sofi. Sube al segundo piso de la oficina. Enciende la compu.  Exhala. Mira el río. Esa vista colorida del Río.Una de las escasas excusas para seguir bancando el aguijón adverso de éste gris. 

 

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