sábado, 10 de octubre de 2020

Desnudarse

Desnudarse

Cuando la conoció, Sole vivía en un departamento en  la esquina de Tacuarí y Belgrano. Lo compartía con dos amigas de aspecto más cabalgado. Más expuesto. Habían  venido del interior a estudiar. Incluso, durante el año de relación con Sole, les conoció varios romances pasajeros. Eso conspiraba contra ella que, mientras,  moría de amor por él. No lo dejaba de pensar. Lo amaba locamente. Tiernamente.

Él también la amaba pero era posesivo. Celoso. Era un amor dudante. inseguro. Fantaseaba situaciones vividas por Sole vanamente. Imágenes obsesivas se le iban enquistando día a día. Diseñado en su mente un pasado de desenfreno. De relaciones ocasionales. Individuales o colectivas. Pensamientos lapidarios y desgastantes. 

No le alcanzó y  fue por más. A matar o morir. Desentrañando códigos. Leyendo mensajes que no debió leer. Que eran privados. Hackeando la compu de Sole en su ausencia.

Parecía gozar buscando pistas. Huellas. Esperando el momento en que se pisaría. Aguardando

el mail comprometedor. El mensaje inoportuno. Algo que la delatase.

Un día endemoniado en su obsesión,la dejó. Por puta, como le dijo la última vez que la vio. Golpeándola con un discurso que ni siquiera le dio derecho a réplica. Guiado por su percepción. Por su intuición. Loco. Se la quitó como nada. Como quien tira un par de zapatos viejos. Sin saber bien por qué. Con un desprecio inmerecido. Sin siquiera darle un espacio a la réplica. A contarles sus sentires. Sus soñares al lado de él.

Pero el tiempo y el amor son descarados. Te desacomodan. Te desestructuran. Tanto prejuicio filtrado,  donde la razón hiere fatalmente al corazón. Desgarrándolo. Deviando y metiendo un piquete al tránsito del sentir.

Pero el azar, que es una moneda en el aire, los reencontró. Por esos senderos donde dos personas se buscan como sin querer encontrarse. Y a poco de tomar unas cervezas, terminaron humedeciéndose hasta el amanecer. 

Pero a Sole, le pesaban cosas. Prefería perderlo a no poder confiar en él. A que la desconfiaran.A que la dudaran. Entonces fue al baño y lloró. Amargamente y balanceando sus lagrimas que sostenían sus sombrías ojeras  lo encaró. Con la verdad. Como un cachetazo.  Como el sudor frío en la espalda. 

 Lo miró a los ojos, percibiendo lo peor. Con crudeza  y sin omisiones se le abrió como una flor. Y desnudando su alma entre llantos y arcadas, le contó la puta experiencia de entregarse por guita. Para comprar un libro o para poder pagar el alquiler. Entonces él,  que la amaba desde siempre, le beso las manos, se ahuecó para abrigarla y se fundieron en un solo  cuerpo.  Rendido  ante esos ojos de miel que le decían la verdad que él suponía y ya no importaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario