Cupido en el
Ciberespacio
Era de poco
hablar. De hecho nadie lo escuchó jamás. De pelo rubio y ojos
claros. O no. Alto fornido y jovial. Maduro y delgado. Difícil de describir
porque sus apariciones eran azarosas.
Era a veces una flor. Una carta. Una mirada. Pero
se convirtió en un mail. Un whatsapp. O en tinder. Pero aunque se lo intuye, nadie pudo obtener
una prueba fehaciente de su existencia. Jamás.
Atento a
encuentros y desencuentros. A corazones solitarios y heridos. Pero también a
los satisfechos. A los amores sentidos. Deseados. Armaba encuentros.
Clandestinos o diáfanos.
Pero de a poco, la
tarea se le fue dificultando. La falta de compromiso. El desamor. La vida virtual.
Vida donde se ausenta el poema. El riesgo por amor. La servilleta escrita en un
bar con corazones dibujados.
Ya ni el humor es una buena herramienta. Si no se ven. Si no
podés enamorarte del surquito que le dibuja la sonrisa junto a su boca.
Qué pasó? Qué nos pasó?
El tirano de la manzanita mordida
nos separa. Reímos ante la pantalla o lloramos. Pero nadie nos ve. Y lo ponemos
ahí. Dejando claro que somos dos pero de a cuatro. Y las parejas ni se miran.
Ni se ven. Y chequean el maldito aparato cuando el otro cuenta que está mal.
Que está bajo. O que la ama.
Y aunque desenredó
por milenios uniones que fueron duraderas. Surcó mares. Atravesó cielos y
desiertos. Siempre en su afán de consolidar amores eternos, desdeñando
los frágiles. Y riendo, puso en boca de amantes frases de miel y de
cristal. A pesar de todo eso, claudicó.
Ya hace
tiempo que no se habla de él. Se comenta que se fue. Empapado de pena. Con
su tarea desvalorizada. Inconclusa. Sintiéndose vano, se alejó.
Lo agotó el descompromiso. El beso en liquidación. La noche
pasajera. El mensaje de wapp trasnochado. Con el “visto” clavado en sus
entrañas. Sin respuesta. Sin mañana. Apenas un roce hoy y ya. Y, pensó, quizás
la cosa es así y mi tarea cayó en desuso. Habrá perdido sentido.
Pero aun así, lo evoca de tanto en tanto algún poeta. Algún cantor. Un “no puedo
estar sin vos” dicho a los ojos.
Aunque la
realidad dice que no. Y se sospecha que el romanticismo,
su compañero de ruta, pareciera estar muerto...y sepultado.
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