lunes, 4 de enero de 2010

La novia del barrilete cósmico

Ya no escucho ovaciones. He dejado de rodar. Duermo en un lugar oscuro donde pocos me recuerdan. Mi forma ya no es la misma. No quiero verme: me avergonzaría hacerlo. Pero una vez te hice feliz. Y a vos. Y a vos.

Habían destruido nuestras ilusiones. Desaparecido a nuestros hermanos. Matado a nuestros hijos. Secuestrado y apropiado a nuestros recién nacidos. Finalmente pergeñado una guerra contra los piratas para perpetuarse. Ese fue el principio del fin. Nos rendimos tristemente y, arrastrando nuestro oprobio, nos democratizamos. Apretando los dientes. Llorando a nuestros muertos.

Ya sé que soy una estúpida. Que no repararé aquella herida. Pero ese día los piratas comieron de su hiel y su soberbia.

Me pisó de pronto, para luego acariciarme durante más de sesenta metros. Sólo diez segundos que parecieron años. La gente se paraba durante el torbellino. Mis ojitos entrecerrados veían en cámara ligera el verde, el cielo, la gente, en mi carrera desenfrenada. Sentía sobre mi cuerpo el viento que producía un vendaval de patadas de camisetas blancas. Hubiera querido gritarle que por afuera corría uno de los nuestros. Una y otra vez. Pero su tozudez pudo más. Sentí su último roce mágico que me recostó en la telaraña. Recuerdo aun aquellos trapos azules que se abrazaban hasta desgarrarse. Mientras tanto en mí país, millones de puños apretados lloraban aquella corrida en memoria de los ausentes.
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Por fin me dormí, con canción de cuna de red. Para siempre. Para cicatrizar heridas. Para enjugar las lágrimas de mí pueblo.

Y ahora estoy aquí. Sola y desinflada. Fijada en ese día en que te hice feliz. Pero aún tengo un deseo. Te pido que a veces me recuerdes, para devolverme de a ratos la vida. Por favor, no dejes de hacerlo. No quiero descansar en paz.